Voces y Silencios en la Muerte de mi Padre
1.
Diez y siete y cincuenta y cinco
Marcaba el reloj en tu ajeno suspiro,
Toqué tu pecho, te hablé al oído,
Rogué no fuera tu último latido.
Clavé mi mirada en la tuya, ya lejana,
Buscando un eco, esperando una respuesta,
Tomé tu mano, la apoyé en la mía
Y te imploré la asieras si es que aún me oías.
El silencio respondió en un sórdido rugido
Y se me heló la sangre, tu cuerpo aún tibio,
Cerré tus ojos, besé tu frente
Y una parte de mi vida expiró contigo
2.
Hace bien estar con nuestros muertos,
Así también como estar con nuestros vivos,
Tan bien como estar con nosotros mismos.
El silencio en cada caso es melodía,
Timbres de canto, llanto y poesía;
Sentimientos encontrados, congoja acompasada,
Vivencias lejanas y esperanza vívida.
El silencio en nuestros muertos es mensaje,
Es respeto, solemnidad, misterio;
Es el eco de una vida en nuestras venas
Y exhumar su fiel herencia de recuerdos.
Nos anuncian lo finito de este plazo,
Lo efímero del hoy, su pronto ocaso;
Nos inducen a un vivir más pleno y puro,
Nos enseñan el por qué de nuestros rumbos.
El estar con nuestros vivos regenera,
Abre fronteras para continuar el paso;
Callamos con ellos para oír sus voces
Y, en comunión de almas, permitir espacios.
El silencio del crepúsculo acompaña
Al perturbado errante en la noche de la nada;
Sólo el silencio vacía las voces vanas
Para escuchar la música querida de su alma.
Muertos, errantes o vivos,
Del silencio salimos y al silencio vamos.
En ambas puntas implacables marcan
Las notas que agitan nuestra breve llama.
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