lunes, 2 de abril de 2012

CULTURAS AUTÓCTONAS


Cuando la gente de una tribu pampeana terminó su primera siembra de maíz, festejó el acontecimiento alegremente con danzas y cantos rituales. Desde ese día los hombres fueron los encargados de cuidar el cultivo. Pero sucedió que al poco tiempo, la tribu se vio en peligro y la toldería vibró con gritos de guerra. Así fue que todos los hombres tuvieron que alejarse, dispuestos a defender sus dominios. Sólo quedaron los ancianos y un puñado de mujeres, encargados de las tareas cotidianas de la toldería, por lo que el cacique encomendó a su esposa Ombi, el cuidado de la pequeña siembra.

Pasaron muchos días, la dedicación de la mujer dio sus frutos y una tarde, conmovida descubrió los primeros tallos. Entusiasmada removía con sus manos la tierra, arrancaba los yuyos, y acarreaba agua para humedecer las plantas, sin descuidarlas en ningún momento. Pero ocurrió que una gran sequía azotó la región. Nadie recordaba otra igual.

Los ancianos de la tribu invocaron a los dioses protectores para que enviaran un poco de lluvia, pero no aparecía ni una pequeña nube en el cielo. Sin piedad, el sol desparramó sus rayos, que terminaron por resquebrajar la tierra y hasta secó la aguada cercana a la toldería. Después un viento caliente terminó por desolar la región.

Ombi desesperada comprobó cómo las plantas que habían conseguido crecer se secaban una tras otra. La india, ya casi no se alejaba del lugar y redoblaba sus cuidados por salvarlas.

Los días pasaban lentamente bajo aquel calor sofocante. En el lugar no existían árboles donde cobijarse, sólo los toldos daban una pequeña protección. Fue entonces que los ancianos de la tribu vieron asustados que Ombi envejecía día a día y temerosos por su vida, le rogaron que se quedara con ellos a la sombra de los toldos. Pero la mujer se negó a obedecer, resuelta a salvar aunque fuera una planta, para poder tener simiente al otro año.

Una mañana, el calor era tan abrazador que toda la tierra parecía una enorme hoguera: entonces que Ombi comprobó dolorida que del pequeño sembradío sólo quedaba una planta. Decidida a no perderla, se arrodilló llorando a su lado y la cubrió con el cuerpo para protegerla del sol, mientras que sus lágrimas humedecían la tierra reseca. Y ahí se quedó para siempre.

Pasaron los días y al ver que no volvía, su gente salió a buscarla. Lo único que hallaron fue una planta de maíz, que aunque débil se mantenía de pie, resguardada por la sombra de una hierba gigantesca que crecía muy cerca de ella.

Todos lloraron la pérdida de la india y en su recuerdo llamaron Ombú a aquella planta.


http://www.oni.escuelas.edu.ar/olimpi98/Campos-Estancias/








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Gabriela nace en Buenos Aires. Su formación académica en idiomas en ¨Joaquín V. González¨ y su bagaje familiar de amor por la lectura marcaron su rumbo profesional y replicaron su admiración por la literatura mundial, familiarizándola con pensadores y poetas de todas las épocas. Abocada a la transmisión de conocimientos siempre la ha abordado desde un plano formativo. Compartir el espacio áulico es su pasión y su tránsito por estudiantes de K4 hasta universitarios despertó su sensibilidad, transformándola en una ávida discípula de sus propios educandos. Gaby ha trabajado en gestión estatal y privada en Martín y Omar, Santa Inés, St. Peter´s y San Andrés, como profesora, Coordinadora de Talleres, Jefe de Departamento de Idiomas y Vice-Directora bilingüe. Es Directora de Castellano en la Asociación Escuelas Lincoln, DSLAE Examiner en la Embajada Británica, y Consultora Académico-Lingüística independiente. Ha recibido reconocimiento por sus escritos en 1968 (Medalla de oro), 1992 (1er. Premio) y en 2010 (2da. Mención) en los géneros Ensayo, Poesía y Cuento respectivamente. Gabriela reside en San Isidro con sus hijos, Alec y Corina, sus segundos grandes maestros.