lunes, 2 de abril de 2012

Visita a la Escuela "Victoria Jean Navajas" Las Marías, Virasoro, Pcia de Corrientes

Reseña de mi visita a la Escuela
“Victoria Jean Navajas”
Las Marías, Corrientes



Fue un hecho fortuito que quiso ponerme en contacto con ese mundo. Lo que jamás imaginé entonces fue que, por un nuevo mero golpe de casualidad o causalidad, treinta años más tarde visitaría por primera vez aquel rincón tan familiar como desconocido para mí, el cual había siempre amado a la distancia.
La asistente de viaje nos anunció el desayuno a las 5:15 a.m. y nuestro arribo a destino exactamente 45 minutos más tarde, lo cual me sorprendió, ya que tras un malentendido, suponía que nuestra llegada sería a las 7 horas, momento en el cual nos recibiría en la “La Posta” la Sra. Marinel Repetto de Diez, Directora de la “Escuela Victoria .”
La fuerza de la tierra colorada en las callejuelas adyacentes fluía como su sangre litoraleña, y se conjugaba con el ocre que anticipaba los primeros rayos de sol. Vacilé, entonces, si es que nos encontrábamos en destino, pero fue por tan sólo un instante, ya que al dar el primer paso dentro de la Estación de Servicio, la contundente presencia de Las Marías despejó toda incertidumbre.
Sobre la Ruta 14, el incesante cortejo de camiones, marcaba horas de un despertar aún más temprano al nuestro, del cual nos jactábamos como madrugador. Los autos y camionetas emergían uno tras otro, estacionaban, bajaban sus ocupantes, y, con mate en mano, se acercaban a los expendedores de agua caliente para llenar sus termos. No había ruidos, ni bocinazos, ni malos tratos. Todos se saludaban, todos nos saludaban, y nos aliviaban de nuestros bártulos citadinos, acentuando aún más nuestro dejo foráneo. Ofrecimiento de un mate primero, chipás humeantes después, y un entrañable chamamé a la distancia, nos confirmaron que estábamos enel lugar acertado.
Se habrán escrito innumerables historias, detalladas cifras y estadísticas, e inmortalizado virtudes excelsas. Hoy puramente rescato aromas, sensaciones, gestos, legados. El profesionalismo y compromiso de Marinel, con su bienvenida a la casa de huéspedes. La mesa dispuesta, el termo con agua caliente, las camas esmeradas, los ambientes tibios tras el encendido oportuno de lasestufas. Y al día siguiente, junto con Don José, un acogedor almuerzo ensu casa. Nada librado al azar. La cordialidad de Fer y Tusi, con su erudición chispeante en la visita guiada, abocados a la transmisión de cada pincelada de recuerdos, procesos y recodos, y su respetuosa complicidad en los momentos de mayor emoción y recogimiento. La prima, con su abultada bolsa de chipás calentitos, que jamásimaginamos que podríamos abordar... pero que devoramos hasta la última miga. La empleada Paula, que llegaba al alba para encender las estufas mientras descansábamos. Y que entraba sin avisar. Porque no había llaves. Porque allí no hay peligros. No hay acechos. Los guardaespaldas que escoltan los senderos colorados son grillos y libélulas...
El reflejo de los sauces sobre el espejo impertérrito del lago a unospasos de las tumbas. El calidoscopio divino discurre tras el mural de la capilla, mientras los brazos alentadores del Señor Padre cobijan a Victoria en su regazo, enmarcado por las burbujeantes promesas de futura esperanza a su alrededor. Bajo el árbol, en la tinaja terracota, un manojo de azaleas frescas anuncia el reposo de la niña, y unos pasos más atrás, la vigía lápidapaterna, prodigándole las caricias eternas que no la llegaron a entibiar.
La llegada a la Escuela se anunciaba paso tras paso; y, a la distancia, las arcadas, con su emblemática arquitectura, se multiplicaban acompasadamente con el palpitar de mi corazón. Directivos, docentes, alumnos, personal de mantenimiento, estrechados en la inspiradora e incesante melodía del orgullo por el trabajo en conjunto. Y de esa gozosa sensación de pertenencia.
Los deliciosos ágapes al mediodía y anochecer organizados por los referentes familiares, así como los conmovedores encuentros y recuerdos en común, nos evidenciaron una vez más esa marcada caricia de entereza ecuánime que jerarquiza su estirpe, desprovista de toda futilidad y plasmada en actitudes.
Ya hacia el atardecer y bajo un cielo amenazante, nos congregamos en las gradas del anfiteatro, donde más de seiscientos invitados llegaban para celebrar y compartir. Familiares, padres, amigos, autoridades. Pioneros de toda una vida, y de una visión en común. Cada uno sellando con su presencia, como engarce de un multifacético abanico de talentos aunados, su impronta de fortaleza, apego, perseverancia, compromiso y tradición.
Mientras la lluvia incipiente, leal a la celebración, nos anunciaba que ya era hora de proseguir su curso inminente y prodigar su tan ansiada bendición, mi retorno a Buenos Aires rebosaba de esa imborrable huella de caudal referencial.
Las celebradas palabras de Don Adolfo en su breve discurso final reverberan en mi memoria: “Enseña aquel que sabe de algo. Educa aquel que es algo.”
La siembra del ser hoy se cosecha con creces en toda su magnánima potencialidad, la cual seguiré, por siempre y más aún hoy, amando a la distancia.


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Gabriela nace en Buenos Aires. Su formación académica en idiomas en ¨Joaquín V. González¨ y su bagaje familiar de amor por la lectura marcaron su rumbo profesional y replicaron su admiración por la literatura mundial, familiarizándola con pensadores y poetas de todas las épocas. Abocada a la transmisión de conocimientos siempre la ha abordado desde un plano formativo. Compartir el espacio áulico es su pasión y su tránsito por estudiantes de K4 hasta universitarios despertó su sensibilidad, transformándola en una ávida discípula de sus propios educandos. Gaby ha trabajado en gestión estatal y privada en Martín y Omar, Santa Inés, St. Peter´s y San Andrés, como profesora, Coordinadora de Talleres, Jefe de Departamento de Idiomas y Vice-Directora bilingüe. Es Directora de Castellano en la Asociación Escuelas Lincoln, DSLAE Examiner en la Embajada Británica, y Consultora Académico-Lingüística independiente. Ha recibido reconocimiento por sus escritos en 1968 (Medalla de oro), 1992 (1er. Premio) y en 2010 (2da. Mención) en los géneros Ensayo, Poesía y Cuento respectivamente. Gabriela reside en San Isidro con sus hijos, Alec y Corina, sus segundos grandes maestros.